Chicas para acompañar Monte Grande
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Es una tarde de Maia Marolla tiene 14 años y viaja en colectivo por Monte Grande, en el sur del conurbano. Fue a visitar a su abuela, y ahora se dirige a su casa. Recorre calles arboladas y de casas bajas, veredas calmas a la hora de la siesta. Sus ojos azules se pasean entre la ventanilla y los pasajeros hasta que lo ve. Maia se asusta. Mira y vuelve a mirar. Mira otra vez. Lo conoció cuando era una niña, y por esos días acompaña a su amiga en el duelo.
Vuelve a observar: con terror confirma que es él y que nadie lo ve, excepto ella. Esta tarde, también en Monte Grande, Maia tiene 42 y recuerda así la primera vez que, dice, vio el espíritu de una persona muerta.
Maia tiene 42 años. Recuerda que a sus 14 vio por primera vez el espíritu de una persona muerta y, desde entonces, dice, no dejó de convivir con presencias. En una de las esquinas hay una "torre de CD" que ya califica como vintage.
En otra, una estufa en forma de hogar. Nada podría hacer sospechar que hace 15 días había un espíritu parado al lado de la mesada. O que algunas noches, alguien hace ruido con los platos. Maia, en realidad, se llama María Fernanda, pero le dicen Maia desde el momento en que nació. Un poco nerviosa, se acomoda una chalina con la que intenta cubrirse los brazos.
Le hace juego con sus ojos, igual que los aros y la pulsera, con piedras turquesas. El pelo rubio y ondeado tapa por momentos un dije con forma de hada que cuelga de su cuello. Es ama de casa y son las cinco de la tarde. Podría adivinarse que se ha arreglado para la ocasión. Maia ama a los gatos. A todos en general y a los suyos en particular, estos que ahora deambulan por el living con la cola parada y levemente ondulada, como midiendo algo en el aire.