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El hombre es, ante todo, un ser social. Desde los comienzos de nuestra historia nos vimos obligados a serlo, esta era una condición sine qua non para la supervivencia. Las primitivas organizaciones tribales no eran otra cosa que sociedades de hecho para asegurar el éxito en la caza y obtener alimento.
Nos fuimos transformando en agricultores y dejamos nuestra condición nómade para asentarnos y tener un lugar en el mundo. Las tribus dieron paso a las comunidades. Conforme a nuestro desarrollo fuimos obteniendo la capacidad fundamental que nos distingue del resto de las especies. El ser humano puede salirse de sí mismo para observar el mundo. Tiene la posibilidad de pensar en abstracto. Su cerebro superior se lo permite. Los registros artísticos aparecen hace unos Son considerados las primeras simbolizaciones para crear sentido colectivo.
Aparece la magia de la ilusión humana. Nace el relato. Diez mil años después surgen los bastones labrados. El hombre comenzaba a dejar marca escrita de lo que procesaba su mente. De aquí en adelante su capacidad de simbolización crecería exponencialmente. La sociedad occidental moderna es, ante todo, una sociedad de consumo.
Las tribus del siglo XXI cambiaron las paredes de las cavernas por sus propios cuerpos. Los tatuajes adquieren ya, para muchos jóvenes, tanto valor como sus huellas digitales. Expresan su individualidad, identidad y pertenencia. Crece en el mundo la moda de tatuarse símbolos que representan a sus marcas favoritas.
En este estadio de nuestra evolución las hemos elegido como elementos simbólicos por excelencia. Son uno de nuestros mayores anclajes de identidad. Una sociedad en estado de shock actuó, y también sobreactuó -por miedo-, la crisis. Algunos llegaron a hablar, como sucede cada tanto, de la pronosticada "muerte de las marcas".