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Por eso, a esa selecta porción de lectores les regalo hoy la primera historia REAL que publico. Yo no quería ser el típico profesor que pasaba sin pena ni gloria y que después de irse, nadie recordara. Así que me puse pilas a trabajar. Por aquél entonces, el video en 3D casero todavía era algo muy novedoso. El colegio estaba, obviamente, lleno de mamasitas que sabían bailar, pero ninguna quería comprometerse tan avanzadas las fechas. Pero yo siempre lo hice y nunca nadie dudó de lo fraternal que sonaba.
Yo quiero aparecer en el video, pero quiero salir haciendo gimnasia. Desde ese momento en adelante, las cosas marcharían siguiendo un guión escrito por el universo. Y, siempre queda el albedrío para que los fulanos en cuestión decidan qué camino cursar.
La vida, cumple con poner todo en bandeja de plata. Natalia era un bizcochote de muchachita de 14 años, de esas que uno, así tenga 36, sueña con haber tenido de novia a esa edad. Por lo general, las niñas de colegio de grados octavo a undécimo, inspiraban fantasías de un corte a la vez. Pero Natalia era una deliciosa rareza que inspiraba ambas.
El corazón me dio un brinco. Afortunadamente, solo fue un truco de mi imaginación. Natalia se había quitado la jardinera y la había arrojado sobre la colchoneta, pero había quedado en leotardo. Natalia venía de cambiarse en el baño, solo que se había puesto la jardinera otra vez encima para no atravesar el colegio en leotardo. Estaba en una de esas situaciones, tan lamentablemente repetitivas cuando uno es profesor, en que hay que hacer de tripas corazón y hacerse el fuerte o el indolente o el que uno es de piedra.
Casi siempre, la tentación y la lívido se controlan con éxito, pero a un precio altísimo que con el tiempo, uno se aburre de pagar: ansiedad. Natalia tenía la piel color trigo. Pero no era ese hecho por sí solo el que hacía que uno quisiera morderla como un apetitoso pan.