Citas discretas Minsk
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La Habana JR emprende acucioso viaje por el tema de la transportación de pasajeros mediante motocicletas en tierra indómita, un asunto con tramos rectos y curvos que ahora transita en apremiante carrera hacia la legalidad. Cuando muchos, expertos incluidos, presagiaron que no tendrían futuro, sobrevivieron. Cuando el parque estatal de vehículos se redujo de ómnibus y taxis en hasta unas 30 guaguas y pocos autos en los 90, no fue muy difícil pensar en las motos como alternativa.
Donde no llegaban bicicletas o coches entonces mayoritarios estas ofrecían un servicio de puerta a puerta las 24 horas. Con el tiempo, la bonanza del negocio hizo que se extendiera de la cabecera provincial al resto de la provincia, atrayendo motoristas de todo el país. Al principio fueron consideradas transporte para «macetas», pero con el tiempo sus bondades las afianzaron en el entramado santiaguero. Con ella coincide la joven maestra Sandra Godínez: «Las motos son una solución para todo el mundo.
La madre que lleva un niño con urgencia al hospital, la enfermera o la trabajadora de gastronomía que terminan de madrugada, la pareja que va al cabaret Tropicana o al San Pedro…». Ni los rigores de la pandemia han conseguido apartarlas de las calles. Cientos de historias sobre dos ruedas que se entretejen a toda velocidad por largas horas, bajo el sol y hasta con lluvia. Las hay nuevas y remotorizadas, discretas y multicolores, veloces y mesuradas.
Diversas son también las historias de sus dueños… y sus pilotos, porque en cifra nada despreciable los conductores no son propietarios, y muchos simultanean esa labor con un empleo estatal.
Algunos llegan al amanecer desde municipios cercanos, adonde retornan en la tarde noche. Los hay experimentados y también jovencísimos, que cada día entregan al dueño una jugosa parte de su bregar, pero al volante se sienten dueños del mundo, pues el negocio les da solvencia y les permite «ligar».