Putas de calidad Humilladero
Estos adivinos del tiempo solo tenían poderes en el pueblo o zona que les vio nacer. Otras bellezas: Sexo a cuatro manos Punta Alta, Sexo en vivo online Valencia, Sexo sin promesas Rio de Janeiro
En primer término no sé por qué se llamó La Rueda. Imagino que porque todo se repite, o porque la figura sigue los trazos de la sutil y poderosa mente de Dios, pero no tengo ni idea de quién lo hizo ni qué razón tuvo. En segundo término, y es sabido de todos, la revista fue un sugestivo y encantador pretexto para haraganear. En tercero, dio rienda suelta a ciertos espíritus inquietos y reprimidos que ostentaban y ostentan aun hoy en día el dudoso honor de poseer el don de la lucidez.
Cristóbal Gnecco en un escrito cuenta todo lo que sucedió, pero yo quiero recalcar algunas vainas. Estaba yo por entonces casado con una mujer maravillosa, pero me aburría verla tejer las mujere s a veces tejen día a día una gruesa red.
Al final, como es costumbre, hubo debate. Gnecco habló con emotividad y yo, lleno de curiosidad, le pregunté a Efraín quién era. Identifiqué al hombre con La Rueda, comencé a frecuentar con entusiasmo las reuniones del grupo , que invariablemente terminaban en el parque Caldas, precisamente sobre la esquina nororiental para ser minuciosos.
Allí donde quedaba la heladería Lucerna y hoy la Secretaría de Educación. Demasiados: tipografía, digitación, ortografía y sintaxis, por decir algo. Era en mi opinión algo inaudito, pues el fenómeno zarandeaba inclusive el contenido. Así, imprimir errores para mí significaba y significa eximirlos, pero lo que es peor, universalizarlos. Inclusive en esa casa había una cava. Los errores se desterrarían de una vez por todas. Un desacuerdo tenía fuerza de veto. Fue la esencia y a la vez el infortunio de la publicación.
Pero se quería por principio garantizar cierta calidad. Basta recordar la Matanza de Tacueyó, triste caso como para Ripley donde una guerrilla se autoeliminó asesinando -con todo lujo de crueldad- a de sus miembros bajo la acusación de ser infiltrados del Ejército; o el Holocausto del Palacio de Justicia, que todavía se ventila en los estrados judiciales, o la Avalancha de Armero con la tragicomedia de la niña Omaira, enterrada en el barro hasta el cuello, imagen inmisericordemente yuxtapuesta a las pantallas del televisor, amarillismo aciago e imperdonable.