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El calor empieza dejarse notar en la terraza de un restaurante cercano a la urbanización de Boadilla del Monte Madrid en la que reside. Tercera de una familia de seis hermanos, de niña en el colegio la llamaban 'jirafa'. Mabel Lozano, con el pelo lacio que le cae sobre los hombros y una gargantilla dorada que bordea su blusa negra, sonríe al recordar las palabras de consuelo de una vecina, amiga de su madre, convencida de que con aquella estatura se quedaría para vestir santos.
Imagínate qué prejuicios tan absurdos había entonces. Pero hay que entenderlo. La buena señora, pobrecita mía, pertenecía a un mundo en el que la mujer era madre, esposa y cuidadora de la familia. No sabía la amiga de su madre que lo que menos le preocupaba entonces a la adolescente Mabel era echarse un novio y casarse. Nací con mucha curiosidad por la vida y tengo clarísimo que el mundo no tiene fronteras. Mi íntima amiga Rosy de Palma dice que las fronteras sólo son gastronómicas.
Y tiene toda la razón. Curiosamente, la estatura, que para la amiga de su madre era un problema, le facilitaría sus primeros trabajos. No hay mal que por bien no venga. A los 18 años, después de estudiar el Bachillerato en el Colegio Infantes de Toledo, Mabel decide que su vocación no es quedarse solterona en Villaluenga de la Sagra, y se traslada a Madrid con la sana intención de ganarse la vida.
Fue maravilloso — cuenta Mabel — porque me permitió conocer medio mundo. Cuando tenía 20 años, y mucha gente ni sabía dónde estaba Japón, yo vivía en Tokio y desde allí me desplazaba muchos días a trabajar a Osaka. Cuando en España casi nadie conocía lo que era el sushi y el sashimi, yo los preparaba en mi casa. Iba a comprar al mercado central de Tokio y veía como fileteaban los grandes atunes que llegaban de España». En la capital nipona también aprendió esta toledana, valiente defensora de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, a contemplar la puntualidad como otro derecho inalienable.
Eso lo aprendí también en Japón. En los desfiles nos citaban a las ocho de la mañana y a las ocho en punto pasaban lista de las modelos convocadas. Si alguna llegaba cinco minutos tarde, no entraba en el desfile y la agencia le echaba después la bronca por haber quedado mal con su cliente». Hasta el año , Mabel Lozano trabajó de modelo, de presentadora de programas en Antena y de actriz. No le faltaba trabajo.