Citas a ciegas Sestao
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Hace ya muchos años, siglos casi eternos, cuando el conde de Lerín atacó varias localidades defendidas por navarros fieles a su corona, un sacerdote de Mendavia se preocupó por algunos de sus vecinos encerrados por el conde en una ciega del castillo de Tudela. La cita del clérigo nos dio cuenta de la dureza de la estancia: «cuatro me requirieron les diera los Santos Sacramentos. El infierno. El euskara la adoptó de inmediato y, así, ziega es celda.
La relación de los vascos con la oscuridad de la ciega , es, diría yo, perpetua. Ya sé que el pasado apenas cuenta para los vivos que pronto seremos, también, pasado.
Me resisto, sin embargo, a dejarlo abandonado entre las letras de libros apiñados en estanterías con olor a tintura o a barniz especiado.
Ese pasado, lleno de historias tristes apiñadas, que guardamos en una cajita que acunamos cuando nos aborda de improviso la nostalgia. Es el vaivén de la vida y de la muerte, el de los tiempos de paz y de guerra. Y no voy a hablar de las irracionalidades judiciales y penitenciarias, que las hay en quintales, sino de los excesos. Detenido en julio de , cuando otro cura, éste no de Mendavia sino de Fruniz, tomaba el avión para visitar a sus misioneros en Zaire.
Recientemente, el cura de Fruniz, Juan María Uriarte obispo, ha presentado su dimisión en el Vaticano. Se jubila. Sagardui, de Zornotza, 28 años después, sigue preso. Se me escapa a la comprensión y por eso intento remover esa pequeña caja de la historia para acceder a un resorte menos incómodo. Porque, a veces, el aire se vuelve insoportable.