Sexo en el establo Pisa
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La redomilla Una apacible tarde de mayo de el conde Augustus von Schimmelmann, joven noble danés, escribía una carta sentado ante una mesa de piedra en el jardín de una hostería cerca de Pisa. No le fue posible terminar de escribir. Entró en su habitación, y al poco tiempo salió a la calle para dar un paseo por la carretera, mientras los otros huéspedes esperaban en la hostería la hora de la cena. Pero los pensamientos del conde Augustus estaban fijos en la carta.
Daría un año de mi vida por poder hablar con él esta noche y observar las facciones de su rostro durante la conversación». Caminaba despacio por aquella carretera. A mi entender, la verdad, al igual que el tiempo, es una idea que nace y depende de la conversación y la comunicación humanas. Yo sé que la verdad de esta carretera por la que estoy paseando es que conduce a Pisa, y también sé que la verdad sobre Pisa puede encontrarse en los libros escritos y leídos por el hombre».
Pero una honda preocupación le dominaba. La carretera estaba en aquellos momentos solitaria. Sólo él contemplaba allí el atardecer. Yo soy como un hombre en una isla desierta, en estos momentos. Recuerdo que cuando era estudiante mis amigos solían reírse de mí porque tenía la costumbre de mirarme, a menudo, en los espejos.
Me decían que esto era debido a mi vanidad. Pero mi opinión no era ésa. Me gustaba mirarme a los espejos para tratar de conocer cómo era yo mismo.
Siempre he dicho que un espejo dice la verdad sobre uno mismo». Con un estremecimiento de disgusto recordaba que un día, cuando era niño, fue llevado a Copenhague para ver el salón de los espejos de Panoptikon.