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La contienda desatada tras la invasión china del Tíbet fue una guerra olvidada y salvaje. Fue un episodio brutal, pero representativo y ejemplar, de la desesperada guerra sostenida por una sociedad arcaica, casi medieval, contra un país poderosísimo embarcado en una revolución implacable y en una acelerada modernización.
El hecho hubiera sido trivial si no fuera porque no estaba lloviendo. Ante semejante prodigio, acudieron apresuradamente los exorcistas y trataron de calmar a los espíritus que parecían anunciar una inminente calamidad.
Lo cierto es que en aquel momento no había ni un solo americano en todo el Tíbet y solo tres ingleses, dos de ellos al servicio del gobierno tibetano y uno al del gobierno de la India.
En efecto, hacia el año , un caudillo tibetano, Songtsen Gampo , unificó a las tribus nómadas de Tíbet y tras esta gesta, las lanzó a la conquista del mundo.
Para Songtsen Gampo había extendido las fronteras de su imperio desde el lago Baikal al golfo de Bengala y desde Samarcanda a las planicies del río Amarillo en China. Panoplia de guerreo a caballo tibetano, ca. Fuente: Wikimedia Commons. Las guerras entre el Imperio tibetano y China se sucedieron hasta que en se firmó una paz duradera cuyos términos quedaron esculpidos en una estela que se colocó al pie de los muros del palacio real de Lhasa y que seguía allí en Pero al cabo, el Tíbet dejó de ser un reino poderoso y se dividió en infinidad de señoríos y reinos menores ferozmente enfrentados entre sí y singularmente aislados del resto del mundo.