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Facilitando tu correo electrónico aceptas nuestros términos de uso y la política de privacidad , así como que te enviemos correos electrónicos de Time Out con noticias, eventos, ofertas y promociones de clientes. Tu ciudad te encanta casi tanto como a nosotros. Nuestra newsletter te ofrece los mejores planes. Es hora de descubrir Portugal. Aprovechamos los puentes que tenemos por delante para recorrerlo de norte a sur en busca de lugares remotos. No hacen falta muchas horas de vuelo para organizar un pequeño viaje.
Y las escapadas a Portugal son sinónimo de acierto seguro. A pesar de su cercanía, muchos de los rincones de Portugal siguen siendo un misterio. Y es algo así como el perfecto ejemplo de integración urbanística: sus casas y hasta su castillo a metros de altitud no esquivan las moles de granito, sino que se apoyan o incluso se levantan sobre ellas. Las vistas desde ahí arriba son el mejor aliciente para subir a pie; aunque quien no quiera hacer tanto esfuerzo, puede utilizar el funicular.
Remoto, escondido entre montañas y solo accesible por sinuosas carreteras. Sus calles empedradas, sus fachadas de negra pizarra y el paisaje que dibujan sus casas dispuestas como en cascada sobre la colina, son la estampa que lo convierte en uno de esos lugares pintorescos que no hay que perderse seas o no de perfil viajero aventurero. Algo tan inaudito que no existe otro igual en el resto de Europa. Id al atardecer. Y si ya conoces Tavira, Olhao o Faro, es el momento de descubrir Carvoeiro.
Este pueblito de pescadores se extiende a lo largo de un precipicio rocoso con nombre propio: el algar seco, un trazado serpenteante de cuevas, grutas y senderos formados en la roca de manera natural. Llegar hasta él no tiene pérdida: solo hay que seguir las pasarelas de madera desde la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación. Eso sí, encontrar el chiringuito que hay escondido en el algar es para nota.
Se llama Boneca. Si queréis conocer mejor su historia y su legado, haced la ruta urbana para descubrir todas las obras de Bordalo que salpican la ciudad. Suspendido entre el cielo y el mar, este pintoresco pueblo, que se extiende en terrazas a lo largo del acantilado, fue destino de vacaciones de monarcas lusos. A menos de una hora de Lisboa en coche, destaca también por sus viñedos sobre suelo arenoso.