Sexo en el patio Sueca
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Dana era una niña de belleza sin igual, una pequeña venus que no podía ser desaprovechada y que yo haría mía a cualquier costo. Recuerdo la primera vez que vi a mi querida Dana. Solita jugando en el patio de su casa, con un vestido beige de flores. Revoloteando, saltando y disfrutando de la vida como solo una pequeña e inocente niña de 10 años podría hacerlo. Sus carita, moteada con pecas por todos sus cachetes y en sus sensuales y rojos labios se dibujaba una sonrisa a la que le faltaba un diente.
Toda mi Dana era perfecta, una niña tierna y sensual que yo desee desde ese primer instante con una lujuria incontrolable. De inmediato al ver a madre e hija a mi vecindario, no dudé en acercarme a ellas, ofrecerles mi apoyo y buenos deseos. Fui a su casa con una canasta de frutas que le pedí a mi sirvienta que comprara y se las di de buena voluntad, aunque esperando que la madre me invitara a pasar.
Recuerdo de forma vivida que al entrar vi a Dana sentada en su sillón con la tableta en las manos y las piernitas abiertas de par en par. Se agradece que estos vecindarios se llenen de gente de bien -Gracias, que amable es usted. La miraba directamente a los ojos y ella me esquivaba. Intentaba intimidarla, dominarla. No porque me interesara algo con ella, aunque no era fea, sino porque no puedo dejar que ninguna mujer olvide su lugar en mi mundo, debajo mio, dóciles, y serviciales.
Me ofreció tomar un café, acepté y empezamos a platicar. Era una mujer dulce, amable, incluso algo ingenua. Y Dana era todo eso pero mejor. Una niña ejemplarmente tierna y curiosa, que haría todo lo que fuera con tal de no molestar a nadie, algo que yo aprovecharía.
Noté que no tenía amigos que las visitaran mucho, ni tampoco familiares que hubieran ido a verlas a su nueva casa. Y no es que Alexia fuera mala persona, o desesperante, o incomoda. Ella y su niña eran perfectas vecinas, pero aquel coto habitacional tan exclusivo estaba lleno de familias, de esposas celosas que se alejaban de Alexia por miedo a que les robara a sus maridos. Como si a ella eso le hiciera falta, tenía dinero, y mucho, no sé cómo, solo sé que podría vivir cómodamente sin la necesidad de trabajar, aunque lo hacía.