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La escritora entrerriana contó qué relación existe entre la literatura y la identidad cultural en una conferencia llena de guiños, sutil y con entonación poética. En mi casa el living, la cocina y el comedor son un solo ambiente que forma una ele. Por los vidrios de las puerta-ventanas que dan a un patio interno vemos el reflejo de los gatos que se suben a la mesada, a la isla de la cocina, tratando de robar comida.
Me quedo congelada porque me doy cuenta de que algo extraño ha entrado en la casa. Algo que llama la atención de los gatos y al mismo tiempo los inquieta o los amenaza lo suficiente como para que no se hayan tirado encima de eso, para matarlo si es una cosa viva o para zamarrearlo o jugar con él. Me pongo en puntas de pie y estiro el cuello para ver sin acercarme. Llega en dos zancadas, espanta a Corazón y a la Negrita, agarra un papel, saca el bicho al patio.
Compruebo que nunca antes vi algo así. Los gatos también se agolpan contra el vidrio y tiran algunos manotazos. Es probable que lo atraiga la luz. Al otro día, estoy trabajando en el comedor, saco la vista de la pantalla de la computadora para pensar y la clavo en el verde de las trepadoras del patio.
El bicho no se mueve, adherido a la pared como las plantas. Me acuerdo de un relato de Juan José Arreola, La migala. El narrador compra una migala, una araña de picadura mortal, en una feria callejera y la suelta en su departamento. Convivir con ella es una ruleta rusa.
La angustia permanente de morir envenenado es lo que lo mantiene vivo. No creo que el bicho sea venenoso ni mucho menos, pero la inquietud de saberlo cerca me mantiene espabilada.