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Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta Exhortación apostólica, es decir, una carta que recuerda algunas convicciones de nuestra fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en la santidad y en el compromiso con la propia vocación.
Pero puesto que es un hito dentro de un camino sinodal, me dirijo al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y para los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Aun los jóvenes no creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas Escrituras, donde varias veces se habla de los jóvenes y de cómo el Señor sale a su encuentro. En una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con otros ojos. Gn 37, Sin embargo, Dios le comunicaba cosas grandes en sueños y superó a todos sus hermanos en importantes tareas cuando tenía unos veinte años cf. Gn En Gedeón, reconocemos la sinceridad de los jóvenes, que no acostumbran a edulcorar la realidad.
Samuel era un jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba con él. Gracias al consejo de un adulto, abrió su corazón para escuchar el llamado de Dios: «Habla Señor, que tu siervo escucha» 1 S 3, Por eso fue un gran profeta que intervino en momentos importantes de su patria.
El rey David fue elegido siendo un muchacho. Pero el profeta dijo que el elegido era el jovencito David, que cuidaba las ovejas cf. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a Dios: «Soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar» 1 R 3,7. Sin embargo, la audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios la sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió al profeta Jeremías, llamado a despertar a su pueblo siendo muy joven. Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» Jr 1,6.