Bondage Sitges
Lucas Ferraz. Más contactos: Aventuras eróticas Chula Vista, Sexo en la azotea San Pedro, Solteros y solteras McKinney
Jueves 27 de agosto de Aquel verano, aquel bañador. De niño, me inspiraban una muy favorable impresión los slips negros que ceñían las caderas de los esbeltos tritones en el club de natación al que solían llevarme mi padrino Cornelio y su novio de toda la vida. Mucho antes de que Calvin Klein, Versace y Kristo empezasen a diseñar caprichos y frivolités, el slip negro otorgaba una aureola de respeto, poder y hasta dandismo, con la sola condición de que el cuerpo que lo ostentaba fuese respetable, poderoso y bello.
Durante mi pubertad, en esos años inciertos que unos llaman la edad del pavo y otros el alba de la polla, soñaba con salir a la Rambla de Cataluña ataviado con un slip de competición, y que se hundiese el mundo ante tanto garbo adolescente; pero dada la imposibilidad de este despliegue urbano tenía que contentarme aguardando con ansiedad la llegada del verano para estrenarme de descarado en Sitges.
En los primeros años 50, la Blanca Subur no era todavía ese economato del sexo que tanta prosperidad ha conocido en la líbido de las nuevas generaciones. Por cierto, que siempre hubo confusión al utilizar este término aplicado al cuerpo masculino.
El biquini era un bañador de dos piezas para mujeres". Y, encima, Internacional. Como sea que hablé de este evento en otro volumen de mis memorias, evitaré al lector la tediosa repetición de actos oficiales, proyecciones, conferencias de prensa, subidas y bajadas de escaleras, y me limitaré a una anécdota que demuestra por un lado mi excelente gusto por los slips y por otro lado la alarmante repetición de la intolerancia en la amplia geografía de la moral burguesa. Y hete aquí que en jurar que cierto pañuelo comprometedor no le pertenece, percibí junto a mi mejilla una soberbia bota de cuero negro, propia de super-héroe del Olimpo sado, rama bondage.
A continuación sentí unas manazas que me agarraban por el pelo y me obligaban a levantarme con muy malos modos. Descubrí el rostro del dominador. No era un protagonista de películas de la casa Zeus, ni siquiera un cruel gladiador de las arenas de Pompeya: era un guardia civil de película de Berlanga, sólo que usaba el mismo vocabulario que el moro de Venecia dedica a su Desdemonilla.