Sexo sin promesas Raleigh
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Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la c Ella no vaciló ni retrocedió cuando vio que Nate cerraba poco a poco la escasa distancia hacia su rostro. No sabía si acaso era el sueño, la pesadilla, la calma o el confort que él le daba en ese preciso instante, pero permitió que atrapara sus labios entre los suyos.
Era el beso para sellar un trato, una promesa, que solo implicaba pasion y placer. No existían ataduras. Ni tiempo. Nadie la había besado como Nathaniel. Y no es que le hiciera falta sentirse excitada, porque la sola presencia de Nate trastocaba sus instintos. Cuando poco a poco él inició una exploración con su lengua, ella se lo permitió; dejó que fuera redescubriendo su sabor y sus secretos.
La primera vez que se besaron en su departamento no fue suficiente, no terminó bien. Esta ocasión era diferente. Paladear el sabor de Nate resultaba intoxicantemente adictivo.
De pronto se sentía codiciosa. Lo quería todo para ella. Ahondo su propia exploración y enterró los dedos en ese cabello perfectamente peinado y tupido. Lo deseaba tan salvaje y libre como se sentía ella en esos instantes.
Mapeó el cuerpo de Nate sin temor. Sin contención. Recorrió los brazos fuertes, introdujo las manos bajo el jersey para palpar a través de la tela de la camisa que llevaba debajo, el calor de sus abdominales definidas. No sintió vergüenza tampoco de llevar las manos hacia el trasero. Subió los dedos, tocando, palpando, hasta llegar al broche que cubría sus pechos.