Putas en el coche Osorno
Esta dimensión del «gran Otro» es la de la alienación constitutiva del sujeto dentro del orden simbólico: el «gran Otro» tira de los hilos, mientras que el sujeto es una expresión del orden simbólico. Otras chicas encantadoras: Masajistas con final feliz Calpe, Aventuras rápidas El Campello, Sexo por teléfono Manises
Partimos como revista, nos transformamos en blog y desde también somos Descontexto Editores. Esta percepción, por supuesto, estaba equivocada. Con el tiempo descubrí que aquello que me golpeara como un ladrillo de hielo en el bajo vientre era un aire de capital y pueblo muy equilibrado, con desmesura de ambas cualidades en el reducido espacio de una ciudad con menos de un millón de habitantes.
Osorno es maravillosa ciudad, completamente habitable, con distancias humanas, todavía. Nos distanciamos por el tiempo, el calor, yo quería seguir viajando y los dejé luego de almorzar completos y bebidas en todos los puestos de la plaza de armas. Caminé hacia el norte hasta encontrar un viejo caserón amarillo donde me dejaron dormir y me dieron churrascas y café de higo para desayunar. D udo que tuerto alguno pueda contar otra maravillosa historia semejante a la que nos ocurrió a mí y a Hortensio Lafre, tuerto también como yo.
Después de numerosas peripecias que no son del caso, a la edad de dieciocho años conseguí un empleo de cobrador de una compañía de mutualidad, y en este trabajo me ganaba penosamente la vida, durante los comienzos del año , cuando a fines del mes de enero trabé conocimiento con un venerable caballero que estaba asociado a la compañía. Este buen señor usaba barba en punta como un artista, y su melena de cabello entrecano y ondulado, así como su mirada bondadosa, le concedían la apariencia que podría tener el padre del género humano si acertaba a hacerse invisible.
Se llamaba monsieur Lambet. Monsieur Lambet vivía en una discreta casa con jardincillo en el arrabal de Mont Parnasse, y a la segunda vez que le fui a cobrar la cuota de su seguro, como no tuviera nada que hacer, me acompañó por las calles y se interesó evidentemente en las condiciones en que vivía yo y mi madre y mi hermana.
Monsieur Lambet guardó un prudente silencio y continuó caminando en silencio a mi lado. Luego me dijo: —Evidentemente, no se trata de menospreciar vuestra persona, pero un joven tuerto no es, en manera alguna, atrayente. Pero monsieur Lambet era un hombre de sentimientos nobles. Monsieur Tricot, honrado comerciante amigo mío, trafica en anteojos, lentes, vidrios de aumento y ojos artificiales. Me había transformado en otro hombre gracias a la bondadosa generosidad de monsieur Lambet.