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La etapa del año pasado. Las previsiones para el día eran de mucho calor y se han cumplido de sobra. Aunque al levantarme no notaba casi nada yo recordaba de la vez anterior en el camino francés que esas picaduras se empiezan a notar a partir de las doce horas de haberte acostado.
El desayuno fue un café en el bar de la esquina, sencillo aunque no tan marrano como parecía desde fuera. Cogimos un par de botellas de agua y con todo listo nos lanzamos al polvo del camino tras cruzar la carretera y las vías del tren por un paso elevado, demasiado para tan poco pueblo.
Se trataba de dos señores entrados en años el tipo de mi compañera que ya habían hecho varios caminos juntos la plata, el francés y desde París, que son de esa región. A tales urgencias coincidió una recuperación milagrosa de los franceses en su ritmo de marcha que casi pilla a mi compañera en situación de desventaja de pantalón. El caso es que poco después los volvimos a adelantar porque se pararon a almorzar en el sitio en el que empieza el muro de contención del Tajo.
Se trata de un muro de dos o tres metros de altura que separa el río de las poblaciones y campos y que vamos a llevar hoy al lado durante casi todo el resto de etapa, algunas veces incluso transitando sobre él. Al llegar a Valada paramos a tomar un café qué incluyó tostadas. El caso es que nosotros vamos a lo nuestro: tras desayunar convenientemente nos dispusimos a afrontar los 20 km que nos quedaban en medio de una llanura sin fin entre el muro y cañaverales que impedían el paso de cualquier brisa y caminos interminables de polvo.
Poco antes de llegar a la cuesta no le rompí un bastón en la espalda a Mar porque no los llevo. Yo le respondo que claro, que qué le pasa, si tiene una piedra en el zapato o le molesta algo. Son las cosas de llevar tantos km bajo el sol. Subiendo hemos encontrado una fuente en la que refrescar nuestros cuerpos y finalmente, sobre la s hemos llegado.