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El nuevo Messi, el nuevo Cristiano, el nuevo Pelé, el nuevo Maradona. La carrera para encontrar a los herederos de los mejores futbolistas del planeta es extenuante. Los equipos tienen prisa para descubrir reemplazos de nivel; se necesitan nuevas figuras a las que idolatrar. Esto hace que se viertan expectativas sobrehumanas sobre cualquier joven que demuestre tener un nivel por encima de la media. O ni siquiera esto: que haya mostrado destellos de calidad, alguna virguería con la pelota en los pies.
En lugar de apostar por una formación a fuego lento, hay jóvenes que son directamente lanzados a los leones. Tienen la misión de ocupar las botas de las grandes leyendas de antaño. Un reto que, de salir bien, puede cimentar su legado siendo apenas un adolescente, pero que, de salir mal, puede sepultar sus carreras incluso antes de empezar. A veces es cuestión de cabeza; otras, de habilidad.
Su rendimiento nunca convenció. Ancelotti definió así al francés cuando tenía 19 años. Militaba en el Chelsea y acababa de ser designado mejor jugador del Europeo de su categoría de edad. Sin embargo, no llegó a hacerse un hueco en Stamford Bridge, por lo que empezó un reguero de cesiones que lo llevó hasta Vallecas, Sevilla y, de ahí, a China. Deportivo y Rayo de nuevo fueron sus siguientes clubes —con menos fortuna— antes de volver a Francia para resurgir en el modesto Amiens.
Esta pregunta se hacía el ariete tras anotar el primer gol del Manchester City en una victoria en Old Trafford. Era octubre del Tanto sus goles como sus excentricidades se cuentan por decenas. Apenas tiene 25 años, pero ya se ha convertido en un trotamundos.
Nadie podría haber predicho este futuro cuando el Barça lo fichó en el Llegó a debutar con el primer equipo, pero esos 28 minutos fueron todo el tiempo que jugó con Luis Enrique. También pasó por Bélgica y los Países Bajos antes de aterrizar en la segunda inglesa.