Putas mayores Berlin
Esta peli resérvala para días muy, muy tontos, a poder ser con mal de amores, para soltar un poquito de lastre. Más contactos: Sexo con amigos Río Cuarto, Citas para encuentros Gdansk, Masajes relajantes y eróticos Telde
Ya nadie sabe de esos suplicios físicos e ideológicos que padecimos hasta la constitución de Pablo Escobar, porque todo era vigilado por los curas católicos. Es axioma que era posible frecuentar los filmes prohibidos o libros condenados o ir de putas o de putos, pero como puede leerse en los testimonios de ese tiempo —en particular en El fuego secreto, de Vallejo, y Sin remedio, de Caballero—, todo era una transgresión a los dogmas y dictados de la iglesia de Roma.
Así fui a dar a una pensión de banderilleros y toreros en la séptima con veintidós, de un andaluz de tripa inmensa, que por trescientos pesos me dio cama y sopa hasta que pude licenciarme en el antro de unos pastusos comunistas, que por poco, también iban a expulsarme por haber discutido con otro cura sobre dogmas como el Credo de los Apóstoles, la existencia de Dios, la Santísima Trinidad o La perpetua virginidad de María.
Doctrinas en las cuales me apuntalaba para contradecir las afirmaciones de las creencias divinas o esotéricas o supersticiosas. Orlando Fals Borda, Camilo Torres Restrepo, Francisco Posada Díaz y otros marxistas e izquierdistas de la época rondaban por los pasillos de la facultad. A Pacho Posada debo haber conocido a Rogelio Salmona, Marta Traba, a un Santiago García recién desembarcado de Berlín Oriental, perseguido, desde entonces, por esa erinia vestida de negro Patricia Ariza, quien, con Fanny Buitrago, atrapaba sus fuentes de placer mediante una botella que giraba incansable de noche en noche y de bar en bar.
Pero fuera como adentro la violencia carcomía toda aventura y cada transgresión. Sólo en los tiempos del gobierno de Turbay he vuelto a sentir el terror de entonces y el que se vivió a comienzos de este siglo con las atrocidades de las FARC y las AUC. Sin embargo, recuerdo vivamente las discusiones entre los contertulios de los almuerzos que presidían Jaime Jaramillo Uribe o Gerardo Molina, maneras de exponer las ideas que no he vuelto a ver ni oír sino en algunos académicos norteamericanos o españoles.
Molina era un lujo de expositor, dejaba exhausto al contradictor y tenía una virtud en su lentitud dialéctica para replicar. O las inacabables voces de los poemas de Zalamea o de Greiff, tan vigorosos y americanos, tan distintos a las pastosas voces de Carranza, Rojas o Camacho Ramírez.