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El periódico lo montó en pocos meses el periodista de Ciudad Jardín Joaquín Abad Rodríguez, que había sido redactor en Canarias y en Madrid. Volvió a Almería para cubrir con su proyecto un nicho de negocio porque, aunque ya existían dos cabeceras, una estaba controlada por el gobierno y la otra pertenecía a la Iglesia.
Por lo tanto, un diario independiente tendría mucho recorrido. La inversión inicial para arrancar con rotativa propia partió de pequeños accionistas que aportaron unos cuantos duros y de un exiguo crédito oficial, aprobado por el Consejo de Ministros, cuyos millones nunca llegaron a Almería. La oficina para los primeros pasos se ubicó en un sótano que había junto a Parriego, en el Paseo, pero los periodistas y el personal de taller ocuparon un piso de la calle Reyes Católicos, Un intento de controlar el medio, a los pocos meses de su nacimiento, terminó en conflictos, despidos procedentes y tensión; distintos accionistas fundadores huyeron con sus largas piernas y los otros desistieron en significarse.
A pesar del motín, extirpado a tiempo, el periódico conservó su cita con los lectores, ya que un nutrido grupo de trabajadores se mantuvo fiel a la cabecera. Si decapitaban alguna de sus fuentes renacía otra con mayor ímpetu. Por las mañanas, cuando los gerifaltes de la época de la Plaza Vieja o de las calles Arapiles y Navarro Rodrigo leían en sus despachos aquellas maravillosas portadas no era raro oírles vociferar, blasfemar y maldecir en arameo, ignorando que el manantial informativo del que el periódico bebía brotaba al otro lado de sus tabiques.
También fue el primero en cuestiones no tan buenas: en sufrir el secuestro de sus ejemplares, en que metieran preso a su propietario por publicar una jugosa información obtenida con pillería, en sufrir un incendio intencionado en su rotativa y a pesar de ello salir a la calle horas después….
Porque un relato constante fue su particular guerra informativa contra un mafioso vestido de negro que atemorizaba a la acobardada ciudad. Innumerables disgustos ocasionaron a la editora, a su personal y a sus familias, pero enarbolando la bandera de la libertad de expresión siempre se salió adelante, aunque un colega de la competencia opinara que los tiros, las bombas, las amenazas, los coches calcinados y las palizas eran inventos.