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Tenía 99 años. Felipe, quien recibió el título de duque de Edimburgo poco antes de su boda, consideraba que su función era apoyar a su esposa mientras ella enfrentaba cambios en las obligaciones de una monarca constitucional que comenzó su reinado cuando Gran Bretaña se retiraba de su imperio y a menudo tuvo dificultades para definir su posición en un mundo moderno donde se reducía la influencia de su país y el pueblo exigía conocer la intimidad de sus íconos.
A lo largo de las décadas la imagen de Felipe cambió de un atleta atractivo y elegante a un gruñón arrogante e insensible. A pesar de esto, su hijo Carlos, como heredero al trono, tenía un ingreso mayor, así como acceso a los documentos de alto nivel del gobierno que Felipe no tenía permiso para ver.
Solía tener problemas para encontrar su lugar, una fricción que tiempo después haría eco en la decisión de su nieto Enrique de abandonar sus deberes reales. Tras haber renunciado a una prometedora carrera naval para convertirse en consorte cuando Isabel fue coronada los 25 años, Felipe no estaba dispuesto a quedarse al margen para disfrutar una vida de privilegio.
Muchos consideraban que su propensión a expresarse significaba que era capaz de darle a la reina consejos francos muy necesarios. Se daba por sentado que su actitud fue crucial cuando Diana recurrió la prensa para dar entrevistas en las que acusó a Carlos de infidelidad.
Pero las cartas entre Felipe y Diana, divulgadas después de la muerte de ella, mostraban que él apoyaba por momentos a su nuera. Tras el deceso de Diana en un accidente automovilístico en París en , el expropietario de la gran tienda Harrods, Mohamed Al Fayed, acusó a Felipe de ser parte de un complot para causar la muerte de la princesa.