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Deia del 13 de marzo de Less. Su his- toria encoge el alma. Por lo tanto y a la espera de mayor concreción en sus hechos de futuro, deberemos abordar la cuestión de la fascina- ción de Podemos entre los electores vascos desde otra óptica menos tangible, la de la ilu- sión que genera en una parte importante de nuestra sociedad.
Sin idealismo, la política se reduce a una contabilidad social, a la administración cotidiana de personas y cosas. Ofrecen el cambio superla- tivo; una nueva política consistente en acabar con la corrupción, con el viejo sistema de par- tidos asentado sobre partidos viejos. A la debida al principio de realidad. La cuestión no es tanto distribuir bien la riqueza sino crear la riqueza que hay que redistribuir. Este es el punto de pre- sión y temperatura social en el que el princi- pio de realidad se transmuta en principio de legalidad; la buena ley que resuelve el conflic- to hasta que otra buena ley la sustituye si la anterior demuestra obsolescencia.
Nos hemos convertido en consumidores no solo en nuestra vida económica, sino también en nuestra vida política. Escoger es elegir y lo que se trata es de conseguir del elector la coherencia de su elección. Porque el objetivo es transformar la mayoría social en mayoría política, el programa que presente cualquier formación política con pretensión de éxito debe ser plural, inclusivo y amplio.
Lo estuvo mientras se presentaba como un movimiento de indignados abierto a todos los acimuts políticos, tal y como se presentó en las eleccio- nes al Parlamento Europeo de En Euskadi, interesaba conocer si la triunfa- dora de entre las cuatro candidaturas que se presentaron a las elecciones internas de Pode- mos mantendría una relación con la central de Madrid como Regnum socium, en condi- ción de igual a igual o simple parte adnexae, territorio anexo. Y posee el don para sacar de quicio tanto a amigos como a enemigos.
Y, latiguillo por lati- guillo, se hace urgente encontrar uno para definir a Podemos, organización que practica la cooptación amistoso-familiar. Lo malo es que esa radicalidad, esa forma superlativa del morado, va acompañada de una retórica del comadreo que despista al observador político y me temo que también a la ciudadanía.
