Intercambio de parejas Santiago de Compostela
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El método empleado para calmar los ardores de la lujuria es siempre el mismo -el marido presta a la esposa y la esposa presta al marido-, también su planificación, que se inicia con una copa, un guiño o una carantoña. Así comienza un empacho de caricias. Una vez formada la cofradía, sus integrantes planean minuciosamente las vicisitudes del juego.
En estos sitios todos gozan de su correspondiente y nutrida cuota de sexo. Son lugares donde las camas parecen fincas.
Huelga añadir que estos aplicadísimos amantes exprimen todas las posibilidades combinatorias del coito. Es difícil hacer un retrato robot de los ususarios de este tipo de ceremonias -también conocidas como swingers -. Los que acuden a esos encuentros se mueven entre los 30 y los 40 años, mayoritariamente matrimonios y «pertenecen a todo tipo de estratos sociales.
Acuden incluso personas conocidísimas, desde altos ejecutivos a obreros de la construcción. El temor a acostarse con gente sin saber muy bien en qué manos se puede caer es la principal barrera de los que se inician en el intercambio de parejas. Coinciden los responsables de este tipo de locales que los interesados en probar no han de tener temor de encontrarse frente, sobre o debajo de un tipo salido, cuando no con un psicópata que les mire con ojos engolosinados.
Normalmente, las camas terminan como uno de esos puzzles de diez mil piezas que componen un paisaje alpino. Hay mil posibilidades. Una es que mientras la parienta se dedique al trabajo de campo, el pariente se dedique a mirar y a observar. En una cama gigante, en un jacuzzi o en el mismísimo suelo, se entrelazan parejas de novios, matrimonios y hombres o mujeres que acuden solos con el objetivo de que les dejen participar.