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Imagen de archivo. Carlos Alberto Castillo Sarmiento. Al conjunto de moléculas de ADN de un individuo es a lo que llamamos genoma. Pues la mayoría de las veces vamos a usar la información que contiene para sintetizar proteínas.
Al fragmento de ADN que contiene información para sintetizar una proteína lo denominamos gen. Estas proteínas pueden ser de muchísimos tipos ya que nos deben ayudar a desarrollar procesos muy diversos, como la digestión, el crecimiento o, el que aquí nos ocupa, la diferenciación sexual. Por otro lado, esta gran cantidad de información, todo este material genético, se guarda en moléculas enormes que son muy complicadas de manejar.
Aproximadamente cada célula, que mide unas pocas decenas de micras, va a contener ADN de una longitud de metro y medio. Dado que no necesitamos leer toda la información a la vez, hemos resuelto este problema de almacenaje empaquetando el ADN junto con unas proteínas especiales, denominadas histonas, formando unas estructuras que se conocen como cromosomas.
De éstos, un par es el encargado de determinar el sexo de los humanos: el par sexual. Solo hay dos cromosomas que pueden formar este par, el cromosoma X y el cromosoma Y. En este par podemos encontrar dos combinaciones posibles: XX para mujeres y XY para hombres. Por tanto, en un principio, dado que heredamos la mitad de la carga genética de la madre y la otra mitad del padre, el cromosoma Y, que debería determinar sexo como hombre, solo puede venir del padre, puesto que la madre tiene dos copias del X.
Hasta aquí parece un dibujo claro de los factores implicados en la diferenciación sexual. Sin embargo, nuestra herencia consiste en genes, que son los que van a permitir sintetizar las proteínas específicas, las verdaderas encargadas de desarrollar procesos biológicos. Si echamos un vistazo a los cromosomas X e Y, hay muchas diferencias entre ellos.