Sexo en la hamaca Montgomery
Se sabe que el hecho de experimentar sentimientos abrumadores amplía la noción del tiempo en los seres humanos. Más chicas sensacionales: Putas en casa Utrera, Putas certificadas Vélez-Málaga, Relaciones sexuales ocasionales Celorico da Beira
Eran tiempos en los que nadie sabía lo que era la distancia social, sobre todo con bronceador mediante, y menos lo que era una desescalada. Eran tiempos, claro, en los que todos habíamos nacido y crecido en fase cuatro, sin imaginarnos que hablar de la «nueva normalidad» podía significar pedir turno para ir a la playa.
Viendo una de esas películas producidas por la American International Pictures, con canciones de Frankie Avalon y arena en el bañador, uno podía pensar que en la playa no puede pasar nada malo. Tampoco se les ocurría a los héroes patrios del cine turístico del franquismo desarrollista: al contrario que los halterofílicos adolescentes de las fantasías de la AIP, en España el macho ibérico era un cuarentón que se ofrecía a las suecas, adictas a lo exótico, para gestionar su virilidad al margen también de la realidad política.
Las playas, lo sabemos, nunca son de izquierdas o de derechas, a no ser que alberguen comunidades hippies, próximas a lo sectario, como las del filme que Danny Boyle rodó en Tailandia con Leonardo di Caprio y que, sí, se llamaba «La playa» En la playa de «El séptimo sello» es, en fin, donde un caballero que viene de las Cruzadas, en plena crisis de fe, juega su partida con la Muerte, y la pierde, con otra pandemia, la de la peste negra, como telón de fondo.
La playa, de noche, es un lugar perfecto para contar historias de terror. Ya sabías a lo que te exponías si tus amigos te enterraban bajo la arena: a quedarte sin piernas.
Ahora parece inimaginable que, en una playa, nadie pueda perder la virginidad, o, al menos, darse un beso tan apasionado como el que Burt Lancaster y Deborah Kerr se dedicaron en «De aquí a la eternidad» Como buen director de teatro, Peter Brook entendió que la playa podía funcionar como espléndido escenario beckettiano para la representación de un ritual de poder y dominación.